Actividades de interior. La pandemia, la pintura y la calma
Estamos en el epicentro del invierno y este año está siendo bastante amable aquí en Bilbao. Las temperaturas no han sido muy frías y apenas ha nevado, pero cada día luce el gris en el cielo y aunque no es muy intenso el frío no invita a permanecer en la calle por mucho tiempo.
Pienso que esta pandemia nos ha obligado a recogernos en casa de manera forzosa. Al principio fue intenso y con un choque muy fuerte, alarma constante y muchas emociones. Luego vinieron las complicaciones y con ellas las medidas, las mascarillas y todas las incomodidades. Y ahora ya después de un año, nos encontramos en un punto en el que las fuertes emociones del inicio van dejando paso a la estabilización de la situación. Igualmente alarmante, igualmente incómoda, igualmente cansina, pero sin tanta intensidad. Nos estamos acostumbrando a la nueva anormalidad. Estamos en la mitad del túnel y todavía no se vislumbra ninguna luz al final.
Al haber parado, somos más conscientes de nuestras inquietudes interiores. Y tras un año de restricciones, Netflix e Internet se nos acaban y empezamos a necesitar algo más. Algo más constructivo, no necesariamente creativo pero más gratificante. Algo, me atrevería a decir, más profundo. Que tenga que ver con nosotras mismas. Creo que muchas personas están retomando aficiones olvidadas como la lectura, la pintura, el bricolaje, la repostería o la construcción de maquetas. Actividades clásicas todas ellas pero que, en épocas pasadas en las que el mundo ofrecía menos distracciones, hacían la vida mucho más interesante.
En esta línea estos días estoy acordándome mucho de mi infancia. En mis recuerdos los inviernos eran mucho más lluviosos y yo no tenía la posibilidad de salir a la calle por mi propia voluntad. Me estoy acordando de las largas horas que pasé en la sala de estar de mi casa, pintando y escribiendo.. Bueno en realidad no escribía nada. Creo que hacía como que escribía pero ya entonces parecía tener el impulso de querer decir algo.
Y me he estado acordando de que en esa época de mi infancia yo conseguía calma cuando pintaba. Calma era lo que más tarde obtuve ya de adolescente cuando iba al taller de dibujo y pintura. Y calma es lo que vuelvo a sentir estos días cuando me siento en mi estudio y me olvido de todo lo demás.
No sé cómo lo vivirán otras personas. Quiero decir que cada artista, pintora o dibujante tendrá unas vivencias muy particulares. Pero yo entro en una especie de estado en el que no pienso en nada y a la vez sí que pienso. Me concentro en el color que elijo, en las pequeñas decisiones que tengo que tomar sobre el papel (la línea más larga o la linea más fina, esta forma más grande o más pequeña), todo muy intuitivo y completamente abstraída. Al mismo tiempo, tengo la sensación de que en alguna parte de mi mente se están sucediendo otra serie de pensamientos. Sobre mi vida, sobre lo que me ha pasado durante ese día, o sobre algo que me preocupa. Y mi sensación es que, de alguna manera, estoy atendiendo todas esas cuestiones de mi vida, pero sin pensar en ellas.
Imagino que este asunto estará hoy en día más que estudiado, pero lo que yo quiero traer aquí hoy es cómo en esta situación mundial que estamos viviendo, podemos elegir retomar viejas aficiones o, dicho de otra manera más mística, podemos tratar de reconectar un poquito más con nosotras mismas. Seguro que también ayuda a olvidarse de la ansiedad.
La serie de hobbies que he mencionado anteriormente tienen todos algo en común. Y es que, aunque pueden ser compartidas, todas son actividades de interior que una puede realizar consigo misma. Respirarse, sentirse, tener un momento en el que poder sacar para fuera todo lo que una tiene dentro (a través de un pastel, de un dibujo o de una maqueta de madera) y estar ahí, concentrada en una sola cosa. En una actividad gratificante en la que puedes exteriorizar tu espíritu. Es algo fácil de olvidar en la vida precovid de ir siempre a toda leche.
Y aquí he de decir que yo he ido siempre a toda leche. A todas partes. Quizás por eso sentí la necesidad de realizar actividades que me permitiesen parar. Y en estos días de pandemia, como no tengo mucho sitio a donde ir, ando un poco más pausada. Un poco más aburrida tal vez. Ahora recuerdo mejor, y, tal vez, cuando de pequeña pintaba y hacía que escribía, lo hacía para no aburrirme. O para interactuar con el mundo en la medida de mis posibilidades. Posibilidades limitadas sí, pero me daban mucha calma. Siempre he tenido la (gran) ambición de que mi arte pudiese calmar a la gente igual que me calma a mí. Tal vez la gente tenga que ponerse a pintar ella misma para obtener algo de esa calma. De momento que conformaré con que mi trabajo provoque algún tipo de estímulo.
Me decía hace poco un compañero que justo antes de la pandemia había decidido bajar revoluciones y realizar más actividades en la naturaleza. Que este momento histórico nos podía ayudar a sosegar un poco pero que probablemente en cuanto podamos volver a acelerar retomaremos los hábitos anteriores con mucha facilidad.
Y puede ser que sí, que así sea. Tal vez en algún momento el mundo volverá a ponerse a correr. Personalmente creo que ya estamos en otro escenario y sin posibilidad de vuelta atrás, pero también creo que en cuanto podamos volveremos a hiperacelerar. Aún así, ahora mismo tenemos ante nosotras una oportunidad de oro para aprender a cultivar actividades enriquecedoras para con nosotras mismas. Actividades que nos permiten parar sin ningún otro propósito que el disfrutar de nuestra propia compañía y de una actividad que amamos. Podemos dejarlo bien grabado en la memoria. Y si en algún momento volvemos a dejarnos arrastrar por la velocidad y las exigencias productivas y de ocio del mundo contemporáneo, ya sabemos que siempre vamos a tener un lugar al que volver. Un lugar donde parar y sentirnos. Un lugar donde obtener calma.